Entré… y de pronto me invadió su perfume característico. Olor a casa. Conforme avanzaba mi alma se dividía en cientos de historias. Me sentía heroína, doncella, aventurera, nostálgica, poética… Me acerqué un poco más hasta poder hacer uso de otro de mis sentidos, el tacto. Acaricié decenas de vidas; pasadas, presentes y futuras. Palpé historias que me sobrecogían, otras que agrandaban mi perspectiva del mundo… Hasta que mis caricias cesaron y entonces me decidí. Era el elegido. Lo abracé entre mi pecho y fui hasta ese señor mayor. Con una sonrisa nostálgica me indicó:
-¿Se lleva usted ese ejemplar?
Asentí con la cabeza. Ahora yo también formaría parte de ese libro, desde ese momento, sus historias, ciudades y personajes también serían míos. Antes de irme, volví la vista atrás, me despedí de todas y cada una de esas historias con la promesa de volver y ser parte de ellas también.
Porque en las librerías residen nuestras otras vidas, esas que sólo podemos llegar a vivir al abrir un libro.
Feliz día de las librerías.